viernes, 12 de agosto de 2011

Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra. Mayo-junio de 1521.


       Este es el cuarto artículo sobre la conquista del Reyno de Navarra, publicados conjuntamente, en este mismo blog.

       1) La conquista del Reyno de Navarra.
           Julio-agosto de 1512.
       2) Primera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Septiembre-diciembre de 1512.
       3) Segunda tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Marzo de 1516.
       4) Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
            Mayo-junio de 1521.

TERCERA TENTATIVA DE RECONQUISTA DEL REYNO DE NAVARRA.

Mayo-Junio de 1521.

Nueva oportunidad con la guerra de las Comunidades de Castilla.

            El año 1521 se presenta una nueva oportunidad para que la dinastía legítima recupere el reino, ocupado nueve años antes y que, aunque incorporado a la corona de Castilla, y regido por un virrey, continúa siendo independiente con Leyes y Cortes propias.
            El heredero de la corona de Castilla que por enfermedad mental de su madre, Juana la Loca, internada todavía en su prisión de Tordesillas, actúa como rey legítimo con el beneplácito de las Cortes de Castilla, no ha caído bien entre el pueblo que le considera “un extranjero”, que prácticamente no sabe expresarse en el idioma castellano y que gobierna rodeado por un grupo de nobles flamencos que no comprenden la realidad ni las costumbres castellanas. Así como por su avidez por captar fondos con los que desarrollar los planes de su casa, la Casa de Habsburgo, en sus territorios patrimoniales de Flandes y Borgoña, en especial. Y esta es la gota que desborda el vaso, para ceñir en sus sienes la corona del Sacro Imperio Romano Germánico y así suceder a su abuelo Maximiliano I, a la que en reñida lucha con Francisco I de Francia, consigue acceder con el nombre de Carlos V.
            Y de este descontento surgen las Comunidades de Castilla, un movimiento popular liderado por la baja nobleza, que aprovechando la salida de España del futuro emperador desde La Coruña, el 20 de mayo de 1520, se sublevan declarándole abiertamente la guerra.
            La regencia de Castilla, ante la gravedad de la situación, ordena al virrey de Navarra, duque de Nájera, que envíe todos los efectivos militares que pueda reunir, lo que hace que en marzo de 1521 no queden en todo el Viejo Reyno más que 250 veteranos y dos compañías de jinetes.

La invasión del 10 de mayo de 1521.

            Francisco I de Francia no quiere desaprovechar la ocasión de dar un golpe a su mortal enemigo y se pone en contacto con los jefes Comuneros, al tiempo que ofrece a Enrique II de Albret, el nuevo rey de Navarra, hijo de Juan de Albret y Catalina de Foix, ya fallecidos, un poderoso y bien armado ejército que al mando de André de Foix, señor de Asparrós, entra en Navarra el 10 de mayo de 1521. Mientras el rey Enrique de Navarra, con los efectivos que ha podido reunir en el Bearne y sus otros estados franceses, espera en la Baja Navarra dispuesto a intervenir cuando sea necesario.
            El rey francés ha tardado demasiado tiempo en tomar la decisión, todo el invierno, y cuando lo hizo, las tropas leales a Carlos V acababan de derrotar a las Comuneras en los campos de Villalar, el día 23 de abril, siendo decapitados sus tres jefes, Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, en el mismo campo de batalla y terminando así con la rebelión popular.
            Sin embargo las fuerzas franconavarras eran tan superiores que sólo tardaron unos días en lograr la reconquista de todo el reino, ya que casi no encontraron resistencia. Navarra entera esperaba con ilusión el cambio, la llegada de su nuevo rey y los habitantes de Pamplona, al conocer la próxima llegada del ejército de Asparrós, se sublevaron y tras saquear el palacio de los Virreyes donde fueron destruidos todos los símbolos castellanos, el día 19 de mayo, día de Pentecostés, los diputados de las Cortes juraron fidelidad a Enrique II de Albret, que aún continuaba en la Baja Navarra. Sólo en el castillo de Santiago -situado en el lugar donde está hoy el Palacio de Navarra y la iglesia de San Ignacio-, la nueva fortaleza mandada construir tras la tentativa de reconquista de 1516 y que todavía no estaba totalmente terminada, se opuso cierta resistencia. Pero nada se podía hacer contra la mejor artillería de Europa, como estaba considerada la francesa, teniendo en cuenta que los cañones que debían defenderla habían sido llevados por el virrey a Castilla, donde, en Villalar, habían tomado parte activa en la derrota de las fuerzas comuneras.
Y fue en este castillo, defendiendo espada en mano las brechas que los proyectiles franceses hacían en la muralla y por donde se colaban los asaltantes, una bala de cañón rompió por varios lugares los huesos de una de las piernas, malhiriéndole en la otra, al hidalgo guipuzcoano Iñigo de Loyola, quien en compañía de su hermano Martín de Loyola y a la cabeza de un contingente de compatriotas había llegado a Pamplona para oponerse a las fuerzas navarras de reconquista, haciendo que su carrera militar cambiara por otra más gloriosa y que, en adelante, fuera conocido en el mundo entero como el fundador de la Compañía de Jesús, que tanto papel desempeñó en la lucha contra la Reforma protestante del monje alemán Martín Lutero.
El Reyno de Navarra había sido liberado. Sólo restaba colocar guarniciones en las diversas ciudades y pueblos, vencer la posible acometida del ejército castellano y esperar la entrada triunfal de Enrique II de Albret, el monarca navarro nacido, en 1503, en el palacio de los Sebastianes, en Sangüesa.

Invasión de Castilla por las fuerzas francesas.

 Pero Francisco I de Francia no pensaba de la misma forma y viendo la facilidad con la que había vencido y seguramente pensando que el reino de Castilla, recién salido de una guerra civil, no le opondría una gran resistencia, decidió dar un golpe mortal a Carlos V y ordenó a su general, el señor de Asparrós, continuar adelante y adentrarse en tierras castellanas, para lo que era necesario conquistar el primer escollo que se interponía en su camino, es decir la ciudad de Logroño.
Y allí fue, en Logroño, donde se estrellaron los invasores y se perdió la última posibilidad de una Navarra independiente. Las ciudades de Castilla, conscientes del peligro que las acechaban, se pusieron en pie de guerra, no tardaron en movilizarse y mandar todos los efectivos militares que pudieron reunir en defensa de la capital riojana, al mismo tiempo que un ejército aragonés, enviado por el virrey Lanuza, se acercaba por el este.
Rodeado y obligado por las circunstancias, Asparrós, que tras varios ataques no había podido vencer la fuerte oposición de los habitantes de Logroño, no tuvo más remedio que retirarse y adentrarse en Navarra, perseguido por todas las fuerzas que habían acudido en defensa de Logroño y que todavía no se habían estrenado, un total de 30.000 experimentados soldados. Y de esa forma llegaron hasta Tiebas, desde donde Asparrós tenía previsto encerrarse en Pamplona y allí esperar los auxilios que ya había solicitado al rey de Francia y a Enrique II de Navarra, que continuaba esperando la llamada en la Baja Navarra.

Batalla de Noaín -30 de junio de 1521-. El final de un reino.

Pero, de nuevo, tal como sucediera en 1512 con La Palice, el nuevo general francés, Andrés de Foix, Asparrós, no obligó a sus hombres a marchar con rapidez y con ello perdió un par de días esenciales, al permitir que el ejército castellano del duque de Nájera atravesara la sierra de Erreniega -el Perdón- y llegase a Pamplona antes que él, cortándole la comunicación e impidiendo que se le unieran los 6.000 soldados, gascones y navarros, que allí había de reserva, una acción similar a la realizada por el duque de Alba en la tentativa de 1512. Ambos ejércitos se encontraban entre los poblados de Noaín, Esquiroz y Barbataín, en tanto que por Tafalla se acercaban, a marchas forzadas, otros 2.000 buenos soldados a las órdenes de Iñigo de Echauz y el señor de Olloqui, un primo de San Francisco Javier, que con los 6.000 de Pamplona, si hubieran logrado salir, hubieran podido rodear a un enemigo que se hallaba fuera de su terreno y mal abastecido. Y aniquilarlo.
El general francés no tenía más que sincronizar esos tres cuerpos de ejército, que sí estaban bien aprovisionados y esperar unas horas. Era ya media tarde, entre las cinco y las seis y la batalla podía haber tenido lugar al amanecer del siguiente día. Pero, al parecer, asustado, ni mandó esa orden de salida a los hombres que la esperaban en fortaleza de Pamplona, ni esperó a Echauz y atacó, intentando una sorpresa, en un desesperado intento de abrirse paso y escapar a Francia.
Sólo dos horas más tarde la batalla estaba decidida. Sobre el terreno quedaron más de 6.000 muertos del campo perdedor e innumerables prisioneros entre ellos el propio Asparrós, que entregó su espada al capitán Donamaría para rendirse más tarde a Francisco -Francés- de Beaumont que por esta acción recibió 10.000 ducados del propio Carlos V.
             Era el 30 de junio de 1521.

Amayur. El último bastión.

            Sólo en una fortaleza del Viejo Reyno ondeaba la bandera roja con las ancestrales cadenas de Navarra. En Maya ó Amayur, en el valle del Baztán donde doscientos caballeros agramonteses, mandados por Jaime Velaz de Medrano, y entre los que se encontraban los hermanos de San Francisco Javier, Miguel de Jaso y Juan de Azpilicueta y un primo, Juan de Olloqui, se encerraron dispuestos a morir por su patria y por su rey legítimo. Cercados por la flor y nata de las fuerzas de ocupación apoyadas por una potente artillería, lograron resistir diez meses hasta que faltos de víveres y municiones se vieron obligados a capitular en julio de 1522 ante el nuevo virrey, el conde de Miranda, a quien acompañaba el conde de Lerín, don Luis de Beaumont. Por lo que puede decirse que en Amayur se produjo el último enfrentamiento entre beamonteses y agramonteses, una enemistad entre estas dos poderosas familias navarras que ya duraba sesenta años y que fue la causa de las sangrientas guerras civiles del siglo anterior, que en definitiva fueron el germen de la decadencia y pérdida del reino pirenaico.
            Parte de estos héroes, que lograron huir, pudieron encerrarse en la fortaleza de Fuenterrabía, recién conquistada a Castilla por el almirante francés Bonnivel y que todavía resistió durante un tiempo.

Separación definitiva de la Alta y la Baja Navarra. Casa de Borbón.

            Unos años más tarde, en 1530, al ver lo complicado que le resultaba el mantenimiento de la Baja Navarra, un territorio que consideraba no merecía la pena conservar a tan alto precio, el ya emperador Carlos V decidió abandonarla a su suerte, siendo recogida sin oposición por Enrique II de Albret, su legítimo soberano. Y en lo sucesivo tanto él como sus descendientes continuaron llevando el título de reyes de Navarra. Y cuando en 1589, su nieto Enrique III de Navarra, hijo de Juana de Albret y Antonio de Borbón fue proclamado rey de Francia -París bien vale una misa, dicen que dijo-, llevó el título de Rey de Francia y de Navarra al igual que sus descendientes, Luis XIII, Luis XIV, Luis XV, Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X, hasta la extinción de la dinastía de Borbón en Francia en 1830.

En las tres tentativas de reconquista intervino, de forma definitiva, el rey Francisco I de Francia.
En la primera -1512- como Delfín de Francia, todavía, joven e inexperto militar, que permite, con su acción de retirarse a Mauleón, la fuga del ejército del duque de Alba que se hallaba perdido en San Juan de Pie de Puerto, pudiendo llegar a Pamplona antes que las fuerzas de Juan de Albret y La Palice que le llevaban una sustancial delantera.
En la segunda -1516- casi obligando a Juan de Albret a atacar, tras la muerte de Fernando el Católico, prometiéndole su apoyo para más tarde dejarle solo y no prestarle la ayuda prometida, ni en dinero ni en soldados.
Y en la tercera -1521-, volviendo a involucrar al nuevo rey de Navarra, Enrique II de Albret, al ver que Castilla -metida en plena revuelta de los Comuneros- se sublevaba contra Carlos V, su eterno enemigo y no prestarle la ayuda prometida hasta después de la derrota de los Comuneros en Villalar, cuando su enemigo se había hecho fuerte y contaba con el apoyo de toda Castilla. Y más grave todavía, al ordenar a Asparrós que, una vez el Reyno de Navarra liberado, no se detuviera en la frontera consolidando la victoria y atacase Logroño, lo cual dio a ver la realidad al conjunto de España, que no era una guerra de liberación del Reyno de Navarra sino una invasión contra los reinos de Carlos V.
            La dinastía de Albret intentó en vano reconquistar el reino en los despachos, por medio de tratados, hasta que Enrique III de Navarra se convirtió en Enrique IV de Borbón y en rey de Francia en 1589. Y una vez asentado en su nuevo trono se olvidó de su Viejo Reyno y de sus pasadas reivindicaciones.
Más tarde fue su hijo, Luis XIII de Borbón, quien realizó, en 1620, la incorporación definitiva a la corona francesa de sus estados patrimoniales todavía soberanos, tanto el vizcondado del Bearne como la Baja Navarra, aunque esta continuase, teóricamente, manteniendo su estatus de reino hasta la Revolución Francesa de 1789.
            Por su parte la Alta Navarra, la nuestra, la existente en la vertiente sur de los Pirineos, mantuvo su “estatus” de reino hasta el final de la primera guerra carlista -1833-1840-, cuando el reino de Navarra se convirtió en una provincia española mediante la firma de la Ley Paccionada del 16 de agosto de 1841.

Segunda tentativa de reconquista del Reyno de Navarra. Marzo de 1516.

      Este es el tercer artículo sobre la conquista del Reyno de Navarra, publicados conjuntamente en este mismo blog.


      1) La conquista del Reyno de Navarra.
           Julio-agosto de 1512.
      2) Primera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Septiembre-diciembre de 1512.
      3) Segunda tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Marzo de 1516.
      4) Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Mayo-junio de 1521.


SEGUNDA TENTATIVA DE RECONQUISTA DEL REYNO DE NAVARRA.

MARZO DE 1516.

Muerte de Fernando el Católico

El día 23 de febrero de 1516 muere en Madrigalejo -Badajoz- el rey Fernando II de Aragón, V de Castilla, aunque nunca fue coronado y I de Navarra por el simple derecho de conquista, apoyado en la fuerza de las armas y justificado en una bula, Exigit Consumatium, publicada el 18 de febrero del año 1513, o sea siete meses después de la invasión y dos de la fallida tentativa de Juan de Albret -septiembre-diciembre de 1512- para reconquistar su reino, una bula que por lo que parece ser, nunca salió del Vaticano.

Hoy todos los derechos están en la lanza.
Y toda la culpa es de los vencidos.

escribía el poeta Juan de Mena.
            En su último testamento, redactado en la víspera de su muerte, deja heredera del Reyno de Navarra a su hija Juana -Juana I de Castilla, La Loca, a quien mantiene encerrada en su prisión de Tordesillas- y a Carlos de Austria, duque de Borgoña y primogénito de esta desgraciada reina quien, como muy bien decía en sus momentos de lucidez, fue víctima de los tres hombres a los que más amó en su vida, su padre, su esposo, Felipe el Hermoso, y su propio hijo, el futuro emperador Carlos V, quien continuará manteniéndola prisionera en el mismo lugar hasta su muerte en 1555, sólo tres años antes de que él muriera en su retiro del Monasterio de Yuste en 1558.
            Así es como reza el testamento de Fernando el Católico:

“Y hacemos heredera nuestra a la dicha serenísima reina doña Juana, nuestra muy cara y muy amada hija y al dicho ilustrísimo príncipe don Carlos, nuestro nieto y a sus herederos y sucesores legítimos, del nuestro reino de Navarra. El cual reino por la notoria cisma conspirada contra la persona del Sumo Pontífice y Sede Apostólica y contra el patrimonio de aquellos, que fueron declarados cismáticos por nuestro Santo Padre Julio, lo hubimos de conquistar y nos fue adjudicado y dado el derecho de aquel.

            Por su parte, el rey Juan de Albret se creía apoyado por Francisco I de Francia ya que, a la muerte del Rey Católico, le anima a la acción como refleja en esta carta manuscrita: “Primo mío, han llegado la hora y el tiempo en los cuales es necesario que hagáis extrema diligencia para recobrar vuestro reino y por mi parte quiero ayudaros todo lo que pueda. Con este motivo escribo ahora al señor de Esparrots, mi lugarteniente en la Guyena, que marche a vuestro lado para prestar tanto con su persona, como con el poder que yo tengo por allá, todo el poder y la ayuda que le sean posibles”.

Comienza la acción sin fuerzas suficientes.

El ejército que consiguió juntar Juan de Albret era infinitamente inferior al reunido en la fallida campaña de 1512, ya que sólo contaba con un número escaso de mercenarios reclutados entre sus estados bearneses y la Gascuña, así como entre sus propios súbditos exiliados, vasco franceses y sus fieles agramonteses. Por otra parte, Francisco I, enredado en sus guerras en Italia y no queriendo indisponerse más de lo que estaba con el futuro Carlos V, que amenazaba con invadir el Milanesado con un potente ejército, no le envió ni uno solo de los refuerzos prometidos, limitándose a darle el siguiente consejo en otro escrito fechado el 12 de febrero del mismo año: “Por vuestra parte daos prisa, más haréis ahora con 200 lanzas y 4.000 infantes que de aquí a seis semanas con el cuádruplo de esas fuerzas”.
            Sin embargo en los cuatro años de dominación castellana y tras los excesos del coronel Villalba, el ánimo de los navarros había cambiado sustancialmente y enterados de que su rey legítimo estaba dispuesto a recobrar su reino, se le esperaba en la mayoría de los pueblos y ciudades con un entusiasmo enorme, mostrándose dispuestos sus antiguos súbditos a realizar los más altos sacrificios para alcanzar el triunfo final.
            Los primeros en manifestarse fueron los habitantes de Mixa y Ostabarets, en la Baja Navarra, mientras en el otro lado, en la Alta Navarra, la Navarra del sur de los Pirineos, en Tudela, Estella, Pamplona y el fidelísimo valle del Roncal hervía la esperanza. Hasta los más implacables enemigos, los Peralta y el conde de Lerín parecían haberse puesto de acuerdo para apoyar la causa de su rey legítimo. El conde de Lerín, Luis de Beaumont -beamonteses-, enfadado con el Rey Católico por haberle privado del marquesado de Huéscar para entregárselo al duque de Alba en agradecimiento al papel realizado en la conquista del Viejo Reyno y la casa de los Peralta -agramonteses-, con el mariscal don Pedro -Pierres II de Peralta- a la cabeza, que continuaba fiel a la dinastía legítima.
Y el 16 de Marzo, Juan de Albret da comienzo a la ofensiva poniendo cerco a la fortaleza de San Juan de Pie de Puerto, en tanto el mariscal don Pedro, al mando de 1.200 hombres, acompañado por su hijo el marqués de Falces, Antonio de Peralta, el vizconde de Ezpeleta, Jaime Velaz, el tenaz defensor de Estella y los principales caudillos agramonteses, los señores de Jaso, Goñi, San Martín, Olloqui y Vergara tratan de adueñarse del valle del Roncal para reunirse con el rey, una vez que hubiera tomado la capital de la Baja Navarra, en Roncesvalles y desde allí marchar juntos a Pamplona.
Pero el plan falla al ser sorprendidos en aquel valle por fuerzas muy superiores mandadas por el coronel Villalba, que no tardó no sólo en derrotarlos, sino también en hacerlos prisioneros.
            Enterado Juan de Albret del desastre, no tiene otra opción que la de levantar el sitio de San Juan de Pie de Puerto y a uña de caballo tratar de ganar sus posesiones del vizcondado del Bearne, hasta cuyas fronteras fue perseguido por el vencedor Villalba. Esta acción, la última intentona del rey destronado, quien moriría al poco tiempo -17 de junio de 1516- tras una azarosa vida, cuando contaba con cuarenta y ocho años de edad, sólo había durado algo más de una semana, es decir, del 16 al 23 de marzo de 1516.

Los prisioneros de Atienza.
                      
Los prisioneros de la batalla del Roncal fueron llevados al castillo de Atienza, en el corazón de Castilla, donde los cargaron de cadenas y tras muchas coacciones y suplicios, forzados a renegar de su rey y jurar fidelidad al archiduque don Carlos, especialmente al mariscal don Pedro, que se negó de forma tan rotunda que de Atienza fue trasladado a Simancas como lugar más seguro, donde fue mantenido prisionero hasta que en el año 1522, justamente recién terminada la tercera tentativa de reconquista, apareció, una mañana, acuchillado en su celda.
            La versión oficial de su muerte fue el suicidio.
            El resto de los rehenes ya habían sido liberados cuando se produjo esta tercera tentativa de reconquista y tuvieron la oportunidad de formar parte en ella y de pelear en defensa de su patria.

Destrucción de castillos y fortalezas navarras

            El regente de Castilla, el cardenal Ximénez de Cisneros pareció haber aprendido la lección y decidió no dar una nueva oportunidad de rebelión a un pueblo tan levantisco como el navarro.
            Ayudado hasta el más mínimo detalle por el coronel Villalba, el azote del pueblo navarro, con cuyo nombre las madres asustaban a sus hijos pequeños, tomó la decisión de desmantelar todas las fortalezas del conquistado país, excepto las de San Juan de Pie de Puerto, Peña, Amayur y Pamplona que, al contrario, y de cara a una posible invasión de la parte de Francia, la fortificó, construyendo  nuevos fosos, arreglando las murallas y levantando un nuevo castillo -en el lugar en el que hoy se encuentra el Palacio de Navarra-, donde más tarde caería herido Ignacio de Loyola.
            Las primeras en ser demolidas fueron las agramontesas de Tudela, Olite y Tafalla, a las que siguieron las beamontesas de Mendigorría, Larraga, Lumbier y Lerín, y a continuación el resto de las ancestrales fortalezas del Viejo Reyno.
            Todas menos una, el solar patrimonial de la familia de los Peraltas, los mariscales del reino, el castillo de Marcilla ante el que, y debido a la firmeza de la esposa del marqués de Falces, doña Ana de Velasco, que ordenó bajar los puentes levadizos y cerrar todas las puertas cuando ante ella se presentaron las tropas castellanas encargadas de su  demolición, asegurando que sólo lo entregaría ante una orden directa del rey.
            Y no contento con las fortalezas, el cardenal Cisneros ordenó desmantelar, de igual forma, todo aquello que semejaba una almena o atalaya en iglesias, torres y casas fuertes que salpicaban todo el territorio, dejando, tras el paso de los encargados de llevar a cabo las demoliciones una Navarra desconocida hasta para sus propios y desesperados habitantes.
            El coronel Villalba no tardó en morir. Tras un banquete en su domicilio de Estella, falleció repentinamente en su propio lecho, en el regazo de su esposa. Un hecho que el pueblo navarro no dudó en atribuir, sin dudarlo un solo instante, a un más que justo castigo de Dios por la forma como ejerció la represión tras la conquista del Viejo Reyno.          

Y muerto sin confesión
ni halló en la Iglesia consuelo
ni de los hombres perdón.
Si fue milagro no sé,
pero de su gloria el brillo
en Marcilla hollado fue:
Juró arrasar el castillo
y el castillo sigue en pie.
Cantaban con singular alborozo los desdichados patriotas navarros al conocer la noticia de la muerte de su verdugo.
            Una vez terminada la guerra, el 10 de julio de 1516, Carlos V, que se convertiría en Carlos IV de Navarra, ante una comisión enviada por las Cortes de Navarra a su palacio de Bruselas, juró respetar los Fueros tal como hacían los antiguos reyes el día de su coronación, dando garantías de que, en lo sucesivo, el Reyno de Navarra, a pesar de haber sido incorporado a la corona de Castilla, sería gobernado como un reino independiente y autónomo, haciendo, en el mismo acto, la promesa de ir a Pamplona en cuanto sus asuntos en Europa se lo permitieran, con el fin de ratificar el juramento hecho en Bruselas y ser ungido y coronado según el tradicional ceremonial de los antiguos reyes.
Promesa que nunca cumplió.
  


Primera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra. Septiembre-diciembre de 1512

      Este es el segundo artículo, de una serie de cuatro, publicados conjuntamente sobre la conquista del Reyno de Navarra, en este mismo blog.


      1) La conquista del Reyno de Navarra-
           Julio-agosto de 1512.
      2) Primera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
          Septiembre-diciembre de 1512.
      3) Segunda tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
          Marzo de 1516.
      4) Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Mayo-junio de 1521.

PRIMERA TENTATIVA DE RECONQUISTA DEL REYNO DE NVARRA.

SEPTIEMBRE-DICIEMBRE DE 1512.


Alianza francesa con Navarra.

            Asustado Luis XII de Francia por la rapidez con la que Fernando el Católico se había adueñado de la totalidad del reino de Navarra, lo que significaba que tenía a su más encarnizado enemigo en sus propias fronteras, decide pasar a la ofensiva y concede a los destronados reyes, Juan de Albret y Catalina de Foix, la ayuda que sólo mes y medio antes les negara y que, sin ninguna duda, hubiera evitado la conquista.
            Y el 7 de septiembre de 1512, todavía no hacía dos meses que Pamplona había caído en manos del duque de Alba -25 de julio-, y prácticamente sólo quedaba alguna resistencia en Tudela, que cayó dos días más tarde -9 de septiembre-, la heroica fortaleza de Estella y algunos enclaves de los Pirineos, firma con los embajadores navarros el tratado por el que se pone en marcha la campaña de reconquista.
            Miedo totalmente justificado, ya que los 10.000 hombres que el duque de Alba tenía en la sexta merindad del reino, en la vertiente norte de los montes Pirineos, más otros tantos del marqués de Dorset, enviado por Enrique VIII de Inglaterra, en la frontera con Guipuzcoa, que formaban junto al papa Julio II la Santa Liga, nunca, desde dos siglos antes, desde la guerra de los Cien Años (1337-1453), contra los ingleses, había tenido Francia tan fundada amenaza de ser invadida. Peligro más grave si tenemos en cuenta que el grueso de su ejército todavía no había regresado de las guerras en Italia.

Superioridad numérica franco-navarra.

A finales de septiembre las fuerzas francesas junto con las que los reyes de Navarra, en un terrible esfuerzo económico, habían logrado reclutar en sus estados patrimoniales franceses: Bearne, Tartas, Limousin, Perigord, Albret, Bigorre, Marsán y el condado de Foix, podían calcularse en unos 40.000 hombres entre infantes, caballeros y artilleros, muy superiores a las del duque de Alba, encerrado en San Juan de Pie de Puerto y con grandes problemas para contener a sus enfadadas tropas que, mal endémico en aquellos tiempos, como no habían cobrado sus soldadas ni se les había permitido pillar botín en las ciudades navarras recién conquistadas, se sublevaron el día 24 de septiembre.
            El ejército franco-navarro, liderado teóricamente por el propio Juan de Albret y secundado por los más prestigiosos generales de Francia, en esos últimos días de septiembre sólo esperaban, para ponerse en marcha, la llegada de Francisco, duque de Angulema, el joven Delfín de Francia, sobrino y heredero de Luis XII, con quien iba a compartir en teoría el mando supremo de la expedición.
            Durante el tiempo que estuvieron esperando al futuro Francisco I de Francia, los generales de ambos bandos mantuvieron varios contactos en los que se habló de treguas. Contactos, al fin, rotos por los invasores cuando cayeron en la cuenta de que Fernando el Católico sólo trataba de ganar tiempo hasta la llegada del invierno, tan revuelto en la zona y poco apto para las maniobras militares.

Comienza la invasión

El 24 de septiembre el ala izquierda del ejército franco-navarro, mandada por el señor de La Palice, se hallaba en Sauveterre, en el Bearne, el centro, que después mandaría el Delfín, en Peyrehorade y la derecha, por Lautrec, en Bayona.
            Juan de Albret, una vez hubo recibido la aprobación de Luis XII la a su plan de campaña, lanzó - 30 de septiembre-, un manifiesto, en respuesta al enviado por Fernando el Católico, a las “villas, tierras, lugares y buenas gentes de Castilla, recordándoles que su rey, violando todos los tratados concertados anteriormente entre ellos, no sólo le había arrebatado el reino, legítimamente heredado de sus antepasados, por la fuerza de las armas, sino que, también, sólo con el mismo derecho se había declarado rey de Navarra”.
            Cuando parecía que la expedición no podía tener otro final que la reconquista del reino y que la aventura castellana iba a terminar en un sonoro fracaso, se produjo un acontecimiento que daba más fuerza a esas posibilidades. El marqués de Dorset, cansado por las continuas dilaciones y viendo que Fernando el Católico no tenía la menor intención de unir las fuerzas del duque de Alba con las suyas para atacar a Francia, motivo por lo que llevaba tanto tiempo inactivo en Gascuña, con graves problemas con sus soldados que más de una vez, ante la falta  de permiso para entrar en busca del botín tantas veces prometido en las indefensas ciudades francesas, se habían sublevado, decidió embarcarse y regresar a Inglaterra, lo que dejaba libre de enemigos al ala derecha de Lautrec.
            El 15 de octubre, los quince mil hombres a cuyo frente iban el destronado monarca navarro y el señor de La Palice, considerado el más experimentado general francés tras las guerras de Italia, a quien acompañaba el legendario Bayardo, “el caballero sin miedo y sin tacha”, ascendiendo por los escabrosos pasos roncaleses, ocuparon el valle, a excepción de Burgui, en un solo día. Y acto seguido el de Salazar, donde debieron vencer la resistencia de medio millar de beamonteses, y las Aezkoas hasta llegar al alto de Ibañeta desde dominaban los pasos del desfiladero de Roncesvalles y cortaban la salida al duque de Alba, bloqueado en una mal defendida y peor avituallada San Juan de Pie de Puerto, ya que al otro lado, en la localidad de Gárriz, se hallaba ya el Delfín de Francia impidiéndole el paso a la gran llanura francesa.
            Juan de Albret no tenía más que alargar la mano para recuperar su reino. El camino de Pamplona se hallaba libre de enemigos y no tardó en verificar como las gentes de los lugares por donde pasaba salían a recibirle alborozadas. Y Pamplona, como siempre lo había sido, era la llave del reino.  
           
Falta de coordinación de los mandos.

Sin embargo, La Palice, que ya veía segura la victoria, en un exceso de optimismo, en lugar de dirigirse a la capital, aprovechando la situación de bloqueo en que se encontraba el duque de Alba, donde les esperaba una población entusiasmada y, conocedora de las últimas noticias, dispuesta a atacar a la escasa guarnición castellana mandada por un desanimado Fonseca, decidió hacerse con la villa de Burgui donde el capitán Valdés, al mando de un puñado de hombres le hizo perder un par de días que, como más tarde se vio, fueron nefastos para la causa de los reyes navarros.
            Por su parte Juan de Albret, dejando los hombres suficientes en las cumbres de Roncesvalles para contener al duque de Alba, o al menos eso fue lo que él creyó, tomó el camino de Pamplona, sin prisas, esperando a que se le uniera el vencedor de Burgui.
            Entre tanto, el Delfín, habiéndose enterado de que las fuerzas que habían entrado en la Alta Navarra dominaban ya los Pirineos y se dirigían hacia Pamplona, desconociendo que La Palice y Juan de Albret lo hacían lentamente y por separado, decidió que el duque de Alba ya no constituía un peligro y se retiró a Mauleón, donde le era más fácil avituallar a sus tropas y desde donde podía esperar con tranquilidad los acontecimientos, con sus fuerzas intactas en la reserva y atender las posibles llamadas de auxilio.

Eficaz reacción del duque de Alba.

            Los espías del duque de Alba, que pululaban por la región, no tardaron en hacer llegar a su jefe tan sorprendente como inesperada noticia y sin perder un segundo de tiempo, tras dejar una sólida guarnición y todas las piezas de artillería, tan difíciles de acarrear por aquellos riscos, esa misma noche, viernes 22 de octubre, abandonó San Juan de Pie de Puerto y ayudado por varios guías lugareños, buenos conocedores de ciertos pasos y sendas secundarias, logró alcanzar Roncesvalles sin ser detectado por la vigilancia dejada por Juan de Albret, que no esperaba esa reacción y esa misma noche sus tropas durmieron en Burguete donde, de nuevo, sus eficaces espías le informaron que el rey de Navarra se encontraba a unas cuatro leguas más adelante, a medio camino entre Burguete y Pamplona, en una marcha lenta, a la espera, como siempre, de que se le reuniera La Palice.
            El general castellano, tras considerar las dos soluciones posibles para conseguir llegar al pie de las murallas de Pamplona antes que el enemigo: o realizar un rodeo y sobrepasarle o seguir tras él a una distancia prudencial en espera de un fallo, teniendo buen cuidado en no ser detectado, optó por la segunda, que resultó ser la correcta ya que dicho fallo no tardó en producirse. Cuando supo que su rival, en lugar de finalizar el viaje, rodear la ciudad y ponerle sitio, bloqueando todas las entradas, había acampado, una vez pasadas las montañas del Valle de Erro, en Larrasoaña, odenó despertar a sus hombres e inició la marcha en las primeras horas de la madrugada. Y utilizando los consejos de los buenos conocedores del terreno, al filo del amanecer del domingo 24 de octubre consiguió entrar en Pamplona sin haber perdido a uno sólo de sus doce mil hombres al atravesar aquellos montes tan abruptos, por las más recónditas sendas y vericuetos, dejando atrás al enemigo que dormía confiado sin la más mínima sospecha de lo que le esperaba al despertar.
Según nos cuentan las crónicas, el enfado del rey Juan y de La Palice fue inmenso. En sólo cuarenta y ocho horas, el enemigo, al que tenían encerrado en un agujero sin salida posible, en la capital de la Baja Navarra, se les había escurrido entre las manos y se burlaba de ellos desde la altura de las murallas.
Sin embargo no tardaron en sobreponerse al disgusto y convencidos, debido a su enorme superioridad numérica, de que le empresa no se les podía escapar, decidieron iniciar un cerco en toda regla con el fin de conquistar la ciudad antes de la llegada del invierno que, según los experimentados pastores de la zona, se esperaba muy riguroso por lo que con toda seguridad la nieve no tardaría en cerrar los puertos del Pirineo por donde llegaban los convoyes de abastecimiento enviados por el rey de Francia.

Pamplona cercada por su rey.

El día 3 de noviembre quedó establecido el cerco a una Pamplona que no había tenido tiempo de ser abastecida, por lo que si no pudiera serlo por la fuerza de las armas la ciudad se vería obligada a rendirse por hambre. Al menos eso era lo que pensaban los sitiadores.
Por su parte el duque de Alba, a quien Fernando el Católico le había prometido el envío de los tres cuerpos de ejército que ya se estaban formando, el primero en las fronteras con Castilla al mando del duque de Nájera, el segundo en las de Aragón a las órdenes del arzobispo de Zaragoza y el tercero formado por sus súbditos vascos de las regiones de Vizcaya y Guipuzcoa, no se dormía y no sólo puso la ciudad en un férreo estado de defensa si no que, temiendo una sublevación de sus habitantes a la vista de su rey legítimo, ordenó la vigilancia de los vecinos agramonteses, de los que se decía que tenían intención de entregar una puerta de la ciudad, haciendo deportar a Logroño a los doscientos más peligrosos.
El día 7 de noviembre se produjo el primer asalto formal, que no tuvo problema en ser rechazado debido, principalmente, a las diferencias de criterio entre los mercenarios asaltantes, entre los que se distinguían, por su falta de disciplina, los 8.000 lansquenetes alemanes que no estaban dispuestos a obedecer orden alguna que no les llevase directamente al botín.
En los días posteriores se limitaron a mantener el cerco sin dejar pasar ningún convoy con víveres, pero entre tanto arreció el mal tiempo y llegaron informes a los asaltantes de que las fuertes nevadas estaban cerrando los puertos de montaña, lo que podía dejarlos bloqueados al quedar cortada la posible retirada a Francia. El hambre comenzaba a hacer mucho daño, lo que obligó a realizar un ataque definitivo que tuvo lugar el 27 de noviembre y que fue rechazado al cabo de tan sólo unas horas.
Juan de Albret, convencido de que se perdía la última oportunidad, llorando de rabia, ofreció a los lansquenetes la totalidad de su fortuna si le ayudaban en una última tentativa, una proposición que aceptada por ellos fue abortada por La Palice, quien ya había ordenado la retirada y que tras prender a sus principales capitanes juró ahorcarlos si no obedecían sus órdenes.

Los 12 cañones de Belate

La retirada, iniciada el 30 de noviembre, fue penosa por el hambre, el frío y los continuos ataques del ejército castellano que no les dejaba ni un segundo de respiro. Y así, en uno de ellos, que más tarde fue denominado batalla de Belate, tres mil montañeses vascos mandados por López de Ayala cayeron sobre la retaguardia del ejército en retirada que sólo pudo escapar tras dejar sobre el terreno más de mil muertos y los doce cañones que transportaban, que los vencedores llevaron en triunfo a Pamplona.
Cañones navarros que hasta el año 1979, en plena transición política española, han formado uno de los cuarteles del escudo de Guipuzcoa.
Por culpa de una falta de sincronización y exceso de optimismo de los mandos militares aliados, se había perdido la gran oportunidad de reconquistar el reino. De los tres cuerpos del ejército sólo había intervenido uno, el mandado por el destronado rey y el señor de La Palice, con serias divergencias de criterio entre ambos, mientras que los del Delfín de Francia, que dejó escapar al duque de Alba, y de Lautrec, que se limitó a realizar unas correrías por Guipuzcoa, casi ni habían tenido tiempo de intervenir.

La conquista del Reyno de Navarra. 1512.

Este es el primer artículo, de una serie de cuatro, sobre La Conquista de Navarra, publicados conjuntamente en este mismo Blog.


      1) La Conquista del Reyno de Navarra en 1512.
           Julio-agosto de 1512.
      2) Primera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
          Septiembre-diciembre de 1512.
      3) Segunda tentativa de reconquista del Ryno de Navarra.
          Marzo de 1516.
      4) Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Mayo-junio de 1521.




LA CONQUISTA DEL REYNO DE NAVARRA.

 JULIO-AGOSTO DE 1512.


Navarra en los vaivenes de la política europea: Rivalidad Francia-Castilla.
                  
            Tras la muerte de Juan II de Aragón en 1479 -rey consorte de Navarra por su matrimonio con la reina Blanca I y padre del príncipe de Viana y de Fernando el Católico-, tras la sangrienta guerra civil que a raíz de la muerte de esa reina -1441-, tuvo lugar entre las poderosas facciones navarras de agramonteses -Gramont y Peralta- y beamonteses -Beaumont y Luxa-, el trono de Navarra es ocupado por su hija, Leonor I, quien al morir unos días más tarde deja por heredero a su nieto, Francisco I de Foix -llamado Febo-, que fallece a los cuatro años de reinado y tan sólo catorce de edad.
            Le sucede su hermana Catalina de Foix, que contrae matrimonio con Juan de Albret y que van a ser los últimos reyes de Navarra.
            Su extenso reinado (1483-1512), se va a caracterizar por una intensa actividad diplomática cerca de las más importantes cortes europeas, Inglaterra, el Imperio Alemán, la Santa Sede, pero especialmente con Luis XII de Francia y con Fernando el Católico, rey de Aragón y regente de Castilla, entre los que se van a ver obligados a bascular, en una sucesión de tratados, con el fin de salvar un reino que ambos, vecinos y enemigos acérrimos entre ellos, apetecen y buscan la ocasión más propicia para engullirlo de un bocado.
            Porque en ese final del siglo XV, en el que la artillería ha dado un cambio espectacular a la forma de hacer la guerra, para estas dos potencias, separadas tan sólo por las alturas de los montes Pirineos, el reino de Navarra no era otra cosa que el camino ancestral por donde ambos países podían invadir o ser invadidos.
            Durante los primeros años de su reinado, los nuevos reyes de Navarra se hallan más a gusto con Fernando el Católico, quien incluso les habla de devolver a Navarra las plazas de Los Arcos por un lado y Laguardia, San Vicente, Labastida y otras plazas fuertes, ocupadas de forma unilateral por Castilla en 1463, en plena guerra civil navarra, un territorio que hoy se conoce como la Rioja Alavesa, ya que Enrique IV  de Castilla, el rey que la conquistó, la asimiló administrativamente a su provincia de Álava. Pero el Rey Católico no las cede gratuitamente. Él, simplemente, busca el dominio del Viejo Reino y pide, a cambio, una serie de estratégicas fortalezas en las que poner una guarnición castellana.
            En ese tiempo de amistad con Castilla, Luis XII de Francia, enemigo declarado de los reyes de Navarra -vasallos suyos por la mayor parte de sus territorios en aquel país, Albret, Perigord, Limousin y Tartas por parte de Juan de Albret y Foix, Bigorre y Marsán por Catalina de Foix, también vizcondesa del Bearne (capital,  Pau), un estado soberano e independiente con Cortes propias, y por tanto libre de cualquier vasallaje; otro motivo histórico de fricción con los reyes de Francia, que nunca estuvieron de acuerdo con dicho “status” de soberanía-, se sacó de la manga un aspirante al trono navarro en la persona de su sobrino Gastón de Foix -hermano de Germana de Foix y por tanto cuñado de Fernando el Católico-, quien, al igual que la reina Catalina era nieto de Leonor I de Navarra. Y a quien otorgó el ducado de Nemours, un título que pertenecía a la familia real navarra desde Carlos III el Noble.

La Santa Liga, del papa Julio II, precipita el fin.

Ya Felipe IV de Francia, el Hermoso, 1268-1314, rey consorte de Navarra con el nombre de Felipe I, apoyó las pretensiones de la Iglesia francesa, Galicana, que se resistía a pagar las fuertes sumas que Roma le exigía continuamente y al plantearse una ruptura definitiva llevó la Santa Sede a Aviñón -haciendo papa al francés Clemente V, el que suprimió la Orden del Temple- y cuando Luis XII se alía con el Imperio Alemán en el Concilio -conciliábulo, según sus enemigos- de Pisa, los partidarios del Sumo Pontífice, Julio II, Fernando el Católico y Enrique VIII de Inglaterra, forman con este la Santa Liga, encaminada a terminar con tan peligrosa secesión.
            Los reyes de Navarra son invitados a formar parte de ambos bandos, una compleja situación que, debido a su buena acción diplomática, consiguen eludir durante un tiempo. Pero en la primavera de 1512, precisamente cuando se hacía más fuerte la presión del Rey Católico para que les cediese el control de las fortalezas navarras se produce un hecho que va a resultar definitivo. El 23 de abril muere Gastón de Foix en la batalla de Rávena y Luis XII, al quedarse sin candidato, temeroso de que Fernando el Católico reclame el trono en nombre de su esposa y hermana del fallecido, Germana de Foix, ofrece la paz a sus reyes y les cita a negociar en su castillo de Blois, algo a lo que Juan de Albret y Catalina de Navarra, siguiendo su política de neutralidad, acceden.
            Y en Blois, el 18 de julio, los plenipotenciarios navarros firman con el rey de Francia un tratado de neutralidad, de no agresión entre los dos países, nunca de adhesión a su causa, en el que su artículo octavo deja bien claro que “los reyes de Navarra mantenían una alianza anterior con Fernando el Católico y que esta alianza continuaba firme tras este tratado”.
            Pero el Rey Católico no quería la neutralidad. Sólo buscaba, como no tardó en verse, la conquista del Viejo Reino y al ver que sus reyes no se plegaban a su voluntad y le negaban la entrega de las fortalezas solicitadas, ordena al duque de Alba, preparado en Vitoria con 12.000 hombres, que inicie la invasión, de donde sale el 13 de julio, antes de conocer lo firmado en Blois.
            Y a este ejército, ya camino de Pamplona, se unen en Salvatierra de Álava, 3.000 infantes guipuzcoanos, 1.000 alaveses al mando del capitán Diego Martínez y 2.000 vizcaínos mandados por los señores de Avendaño y Butrón.  
Entrando por la Barranca y tras pasar por el desfiladero de Oskía, el duque de Alba no tardó en presentarse ante las murallas de Pamplona y tras acampar en la Taconera y sin que prácticamente fuera disparado un solo tiro, recibió la rendición de la capital el día 25 de julio.
            En este acto se hizo cargo del reino en nombre de Fernando el Católico con el único título de depositario de la Iglesia, asegurando que la ocupación era un asunto transitorio hasta que se solucionara el que tanto importaba al papa Julio II y a la Santa Liga y no es hasta el mes de agosto, al aparecer la bula Pastor Ille Caelestis, cuando determina a tomar el título de rey de Navarra.
            Los reyes habían logrado huir a sus estados franceses, el ejército navarro no estaba preparado y las fortalezas, por presiones del Rey Católico, se hallaban prácticamente desmanteladas, ya que no habían sido reparadas desde la guerra civil. Sólo fuera de Pamplona se produjo algún conato de resistencia. El valle del Roncal, Tudela -cae el 9 de septiembre- y Estella, que no termina de rendirse hasta que falla la primera tentativa de reconquista, son las plazas más significativas de la resistencia.

Las bulas con las que Fernando el Católico justifica la conquista.

1ª Et si hii qui Christiani nominis -21.07.1512-.
            Al ser publicada en la misma fecha que la Pastor ille Caelestis, que tuvo mucha más relevancia y fue promulgada en la catedral de Calahorra, se suele confundir con ella. Se trata de una bula muy genérica, ambigua, en la que no aparece ni un solo nombre propio.

2ª Pastor Ille Caelestis -21.07.1512-.
            Con el fin de dar legitimidad a una invasión tanto tiempo preparada que según asegura, la efectúa únicamente como paso para llevar la guerra a Francia -la misma artimaña empleada por Napoleón Bonaparte, en 1808, para conquistar España, al pedir permiso de paso para invadir Portugal, aliado de Inglaterra y que da lugar a la Guerra de la Independencia-, Fernando el Católico insiste ante el papa Julio II para que expida una bula en la que todos los enemigos, o colaboradores, de la Iglesia, es decir de la Santa Liga, sean excomulgados. Hay que tener en cuenta que los vasallos que continúen obedeciendo a un rey excomulgado son, a su vez, excomulgados y separados de los sacramentos, lo que en una sociedad que vive inmersa en la religión y que no contempla otra forma de vida, significa la condenación eterna.
El 5 de junio insta a Vich, su embajador en Roma, a que consiga una bula “con la cual puedan ser requeridos el rey y la reina de Navarra”, para añadir a continuación, en el mismo escrito “aunque no he de esperar las susodichas bulas”. Por fin, el 21 de julio de 1512, el papa Julio II expide la bula Pastor Ille Caelestis  que es publicada en Calahorra, “insistiendo” en que no se haga en Navarra, por lo que los navarros no se enteran de su existencia hasta que la conquista ha sido realizada, ya que el ejército del duque de Alba se hallaba en Vitoria el 13 de julio y la conquista de Pamplona se consuma el 25. En Navarra, en Tudela, no se da a conocer hasta el mes de septiembre, cuando la ciudad está sometida a asedio, con el fin de minar la moral de sus defensores ante la amenaza de separación de los sacramentos y condenación eterna.
            Es lógico que Fernando el Católico hubiera recibido noticias de su existencia, aunque cuando ordenó la invasión no conociera el texto, por lo que su disgusto debió de ser tremendo al conocerlo, ya que sus términos, tan vagos e imprecisos, no sólo no nombran a los reyes de Navarra sino tan siquiera al pueblo navarro. La frase más próxima, según leemos, puede ser esta, y no va dirigida a los navarros en especial, sino a los “vascos y cántabros y gentes circunvecinas que se unan a la alianza con cismáticos. Algo de difícil comprensión, ya que vascos y cántabros formaban parte de Castilla y eran súbditos del Rey Católico. Y como tales intervinieron en la guerra

3ª Exigit Contumacium. -18.02.1513-.
            Fernando el Católico no las tenia todas consigo sobre la forma como se vería en las distintas cortes europeas sus derechos a la apropiación personal de un reino -algo que hizo cuando se promulgó la bula anterior- y volvió a ordenar a su embajador, Vich, que presionara con más insistencia al papa para que expidiera, de una vez, una bula en la que se especificasen, con la mayor claridad, los nombres de los desposeídos reyes.
Y el 18 de febrero de 1513, varios meses después de la conquista y dos de la primera fallida tentativa de reconquista, una situación que el conquistador no esperaba y que le produjo grandes disgustos, ya que durante más de un mes tuvo la seguridad que la perdía, encontrándose el papa Julio II en su lecho de muerte, en medio  de una lenta agonía de varios días -falleció la noche del 20 al 21- sale a la luz una nueva bula, la Exigit Contumacium, en la que, esta vez sí, se nombra a los reyes Juan y Catalina de Albret, “reyes de Navarra en otro tiempo, que tuvieron la osadía de tomar las armas contra los aliados de la Santa Iglesia”.
            Curiosamente el verdadero enemigo, el cismático, el fundador y alma de la alianza, Luis XII de Francia, nunca fue excomulgado por estos hechos.
            Desde el primer momento se tuvo la sospecha de que la nueva bula podía ser una falsificación ordenada por quien más le beneficiaba. En un escrito dirigido al papa Julio II le dice: “A Vuestra Santidad no le cuesta más que pergamino y tinta y es en defensa de la Iglesia”.
Pero de todas formas me gustaría hacer constar que, aunque ambas sean auténticas y el papa tuviera, o tenga hoy en día, la facultad de disponer a su antojo de los reinos de este mundo, las tropas del duque de Alba ya habían entrado en Navarra antes de ser promulgadas -21 de julio de 1512 Et si hii qui Christiani hominis y Pastor ille Caelestis y 18 de febrero de 1513 Exigit Contumacium- por lo que la conquista no estaba justificada más que por una ley tan sencilla como utilizada a lo largo de la historia.
POR LA LEY DEL MÁS FUERTE.
Y no se trata de entrar en el detalle, como se ha dicho, de que la tercera bula se regía por el calendario gregoriano y el 18 de febrero de 1513 no era exactamente esa fecha. ¿Es qué las dos bulas anteriores, tan próximas en fechas, no se regían por el mismo calendario?

CONCLUSIÓN.

No se trata de reivindicar nada. Los hechos históricos son lo que son y Navarra está donde está, es decir, hoy es una de las diecisiete comunidades autónomas que conforman la moderna España.
¿Qué hubiera sido de los navarros si no hubieran sucedido los hechos narrados con anterioridad? Buena pregunta. ¿Quién es capaz de decirlo, de adivinarlo? ¿Ni a quién debe preocuparle? ¿Qué serían de todos los países de Europa, por no decir del mundo, si cada uno de los pueblos, de las etnias, que los conforman, pidiese una revisión histórica? ¿Qué año exacto, qué situación política exacta, puede ser señalado para fijar las líneas fronterizas? ¿En qué momento justo de la historia deberíamos detenernos para fijarlas?
Sin duda en el momento que quien así lo pidiera pudiera sacar más provecho.





Genealogía de los Reyes de Navarra desde Carlos III el Noble


Carlos III el Noble = Leonor de Castilla
                                                        1361-1425       |
                                       Blanca de Navarra = Juan II de Aragón
                                                                       |            1398-1479
Carlos (Príncipe de Viana) Blanca de Navarra  Leonor I = Gastón de Foix
               1421-1461                                                   1426-1479  |                                       |
                                 Gastón de Foix (Príncipe de Viana) = Magdalena de Francia
                                                                                            |
                Francisco I (Febo) Catalina I de Foix = Juan I de Albret
                                    1469-1483               1468-1517               |           1469-1516
                                                       Enrique II de Albret = Margarita de Angulema
                                                                  1503-1555          |   
                                                            Juana III de Albret = Antonio de Borbón
                                                             1528-1572                  |
          Enrique IV de Francia y III de Navarra          
                                     1553-1610                   

*En negrita: Reyes de Navarra. En  el caso de Juan II de Aragón, sólo fue rey     
  consorte
*En cursiva: Reyes de la Baja Navarra, pero que nunca renunciaron al resto.




*PICAR DOS VECES EN CADA RECUADRO PARA PODER VER EL MAPA CORRESPONDIENTE.

MAPA DE NAVARRA CON LA COMARCA DE LAGUARDIA Y EL ENCLAVE DE LOS ARCOS, EN LA MERINDAD DE ESTELLA, ANTES DE SER CONQUISTADOS POR CASTILLA EN 1463.



Archivo:Navarra - Merindades 1407 - 1463.svg
TIERRA DE ULTRAPUERTOS = BAJA NAVARRA ó 6ª MERINDAD







MAPA DE NAVARRA SIN LA COMARCA DE LAGUARDIA Y EL ENCLAVE DE LOS ARCOS, EN LA MERINDAD DE ESTELLA, DESPUÉS DE SER CONQUISTADOS POR CASTILLA EN 1463.


Archivo:Navarra - Merindades 1463-1530.svg

TIERRA DE ULTRAPUERTOS = BAJA NAVARRA ó 6ª MERINDAD










MAPA DE NAVARRA ACTUAL.
YA SIN LAS TIERRAS DE ULTRAPUERTOS -SEXTA MERINDAD- Y DESPUÉS DE LA RECUPERACIÓN DE LOS ARCOS EN 1753, EN LA MERINDAD DE ESTELLA.


Archivo:Navarra - Mapa municipal Merindades.svg