viernes, 12 de agosto de 2011

Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra. Mayo-junio de 1521.


       Este es el cuarto artículo sobre la conquista del Reyno de Navarra, publicados conjuntamente, en este mismo blog.

       1) La conquista del Reyno de Navarra.
           Julio-agosto de 1512.
       2) Primera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Septiembre-diciembre de 1512.
       3) Segunda tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Marzo de 1516.
       4) Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
            Mayo-junio de 1521.

TERCERA TENTATIVA DE RECONQUISTA DEL REYNO DE NAVARRA.

Mayo-Junio de 1521.

Nueva oportunidad con la guerra de las Comunidades de Castilla.

            El año 1521 se presenta una nueva oportunidad para que la dinastía legítima recupere el reino, ocupado nueve años antes y que, aunque incorporado a la corona de Castilla, y regido por un virrey, continúa siendo independiente con Leyes y Cortes propias.
            El heredero de la corona de Castilla que por enfermedad mental de su madre, Juana la Loca, internada todavía en su prisión de Tordesillas, actúa como rey legítimo con el beneplácito de las Cortes de Castilla, no ha caído bien entre el pueblo que le considera “un extranjero”, que prácticamente no sabe expresarse en el idioma castellano y que gobierna rodeado por un grupo de nobles flamencos que no comprenden la realidad ni las costumbres castellanas. Así como por su avidez por captar fondos con los que desarrollar los planes de su casa, la Casa de Habsburgo, en sus territorios patrimoniales de Flandes y Borgoña, en especial. Y esta es la gota que desborda el vaso, para ceñir en sus sienes la corona del Sacro Imperio Romano Germánico y así suceder a su abuelo Maximiliano I, a la que en reñida lucha con Francisco I de Francia, consigue acceder con el nombre de Carlos V.
            Y de este descontento surgen las Comunidades de Castilla, un movimiento popular liderado por la baja nobleza, que aprovechando la salida de España del futuro emperador desde La Coruña, el 20 de mayo de 1520, se sublevan declarándole abiertamente la guerra.
            La regencia de Castilla, ante la gravedad de la situación, ordena al virrey de Navarra, duque de Nájera, que envíe todos los efectivos militares que pueda reunir, lo que hace que en marzo de 1521 no queden en todo el Viejo Reyno más que 250 veteranos y dos compañías de jinetes.

La invasión del 10 de mayo de 1521.

            Francisco I de Francia no quiere desaprovechar la ocasión de dar un golpe a su mortal enemigo y se pone en contacto con los jefes Comuneros, al tiempo que ofrece a Enrique II de Albret, el nuevo rey de Navarra, hijo de Juan de Albret y Catalina de Foix, ya fallecidos, un poderoso y bien armado ejército que al mando de André de Foix, señor de Asparrós, entra en Navarra el 10 de mayo de 1521. Mientras el rey Enrique de Navarra, con los efectivos que ha podido reunir en el Bearne y sus otros estados franceses, espera en la Baja Navarra dispuesto a intervenir cuando sea necesario.
            El rey francés ha tardado demasiado tiempo en tomar la decisión, todo el invierno, y cuando lo hizo, las tropas leales a Carlos V acababan de derrotar a las Comuneras en los campos de Villalar, el día 23 de abril, siendo decapitados sus tres jefes, Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, en el mismo campo de batalla y terminando así con la rebelión popular.
            Sin embargo las fuerzas franconavarras eran tan superiores que sólo tardaron unos días en lograr la reconquista de todo el reino, ya que casi no encontraron resistencia. Navarra entera esperaba con ilusión el cambio, la llegada de su nuevo rey y los habitantes de Pamplona, al conocer la próxima llegada del ejército de Asparrós, se sublevaron y tras saquear el palacio de los Virreyes donde fueron destruidos todos los símbolos castellanos, el día 19 de mayo, día de Pentecostés, los diputados de las Cortes juraron fidelidad a Enrique II de Albret, que aún continuaba en la Baja Navarra. Sólo en el castillo de Santiago -situado en el lugar donde está hoy el Palacio de Navarra y la iglesia de San Ignacio-, la nueva fortaleza mandada construir tras la tentativa de reconquista de 1516 y que todavía no estaba totalmente terminada, se opuso cierta resistencia. Pero nada se podía hacer contra la mejor artillería de Europa, como estaba considerada la francesa, teniendo en cuenta que los cañones que debían defenderla habían sido llevados por el virrey a Castilla, donde, en Villalar, habían tomado parte activa en la derrota de las fuerzas comuneras.
Y fue en este castillo, defendiendo espada en mano las brechas que los proyectiles franceses hacían en la muralla y por donde se colaban los asaltantes, una bala de cañón rompió por varios lugares los huesos de una de las piernas, malhiriéndole en la otra, al hidalgo guipuzcoano Iñigo de Loyola, quien en compañía de su hermano Martín de Loyola y a la cabeza de un contingente de compatriotas había llegado a Pamplona para oponerse a las fuerzas navarras de reconquista, haciendo que su carrera militar cambiara por otra más gloriosa y que, en adelante, fuera conocido en el mundo entero como el fundador de la Compañía de Jesús, que tanto papel desempeñó en la lucha contra la Reforma protestante del monje alemán Martín Lutero.
El Reyno de Navarra había sido liberado. Sólo restaba colocar guarniciones en las diversas ciudades y pueblos, vencer la posible acometida del ejército castellano y esperar la entrada triunfal de Enrique II de Albret, el monarca navarro nacido, en 1503, en el palacio de los Sebastianes, en Sangüesa.

Invasión de Castilla por las fuerzas francesas.

 Pero Francisco I de Francia no pensaba de la misma forma y viendo la facilidad con la que había vencido y seguramente pensando que el reino de Castilla, recién salido de una guerra civil, no le opondría una gran resistencia, decidió dar un golpe mortal a Carlos V y ordenó a su general, el señor de Asparrós, continuar adelante y adentrarse en tierras castellanas, para lo que era necesario conquistar el primer escollo que se interponía en su camino, es decir la ciudad de Logroño.
Y allí fue, en Logroño, donde se estrellaron los invasores y se perdió la última posibilidad de una Navarra independiente. Las ciudades de Castilla, conscientes del peligro que las acechaban, se pusieron en pie de guerra, no tardaron en movilizarse y mandar todos los efectivos militares que pudieron reunir en defensa de la capital riojana, al mismo tiempo que un ejército aragonés, enviado por el virrey Lanuza, se acercaba por el este.
Rodeado y obligado por las circunstancias, Asparrós, que tras varios ataques no había podido vencer la fuerte oposición de los habitantes de Logroño, no tuvo más remedio que retirarse y adentrarse en Navarra, perseguido por todas las fuerzas que habían acudido en defensa de Logroño y que todavía no se habían estrenado, un total de 30.000 experimentados soldados. Y de esa forma llegaron hasta Tiebas, desde donde Asparrós tenía previsto encerrarse en Pamplona y allí esperar los auxilios que ya había solicitado al rey de Francia y a Enrique II de Navarra, que continuaba esperando la llamada en la Baja Navarra.

Batalla de Noaín -30 de junio de 1521-. El final de un reino.

Pero, de nuevo, tal como sucediera en 1512 con La Palice, el nuevo general francés, Andrés de Foix, Asparrós, no obligó a sus hombres a marchar con rapidez y con ello perdió un par de días esenciales, al permitir que el ejército castellano del duque de Nájera atravesara la sierra de Erreniega -el Perdón- y llegase a Pamplona antes que él, cortándole la comunicación e impidiendo que se le unieran los 6.000 soldados, gascones y navarros, que allí había de reserva, una acción similar a la realizada por el duque de Alba en la tentativa de 1512. Ambos ejércitos se encontraban entre los poblados de Noaín, Esquiroz y Barbataín, en tanto que por Tafalla se acercaban, a marchas forzadas, otros 2.000 buenos soldados a las órdenes de Iñigo de Echauz y el señor de Olloqui, un primo de San Francisco Javier, que con los 6.000 de Pamplona, si hubieran logrado salir, hubieran podido rodear a un enemigo que se hallaba fuera de su terreno y mal abastecido. Y aniquilarlo.
El general francés no tenía más que sincronizar esos tres cuerpos de ejército, que sí estaban bien aprovisionados y esperar unas horas. Era ya media tarde, entre las cinco y las seis y la batalla podía haber tenido lugar al amanecer del siguiente día. Pero, al parecer, asustado, ni mandó esa orden de salida a los hombres que la esperaban en fortaleza de Pamplona, ni esperó a Echauz y atacó, intentando una sorpresa, en un desesperado intento de abrirse paso y escapar a Francia.
Sólo dos horas más tarde la batalla estaba decidida. Sobre el terreno quedaron más de 6.000 muertos del campo perdedor e innumerables prisioneros entre ellos el propio Asparrós, que entregó su espada al capitán Donamaría para rendirse más tarde a Francisco -Francés- de Beaumont que por esta acción recibió 10.000 ducados del propio Carlos V.
             Era el 30 de junio de 1521.

Amayur. El último bastión.

            Sólo en una fortaleza del Viejo Reyno ondeaba la bandera roja con las ancestrales cadenas de Navarra. En Maya ó Amayur, en el valle del Baztán donde doscientos caballeros agramonteses, mandados por Jaime Velaz de Medrano, y entre los que se encontraban los hermanos de San Francisco Javier, Miguel de Jaso y Juan de Azpilicueta y un primo, Juan de Olloqui, se encerraron dispuestos a morir por su patria y por su rey legítimo. Cercados por la flor y nata de las fuerzas de ocupación apoyadas por una potente artillería, lograron resistir diez meses hasta que faltos de víveres y municiones se vieron obligados a capitular en julio de 1522 ante el nuevo virrey, el conde de Miranda, a quien acompañaba el conde de Lerín, don Luis de Beaumont. Por lo que puede decirse que en Amayur se produjo el último enfrentamiento entre beamonteses y agramonteses, una enemistad entre estas dos poderosas familias navarras que ya duraba sesenta años y que fue la causa de las sangrientas guerras civiles del siglo anterior, que en definitiva fueron el germen de la decadencia y pérdida del reino pirenaico.
            Parte de estos héroes, que lograron huir, pudieron encerrarse en la fortaleza de Fuenterrabía, recién conquistada a Castilla por el almirante francés Bonnivel y que todavía resistió durante un tiempo.

Separación definitiva de la Alta y la Baja Navarra. Casa de Borbón.

            Unos años más tarde, en 1530, al ver lo complicado que le resultaba el mantenimiento de la Baja Navarra, un territorio que consideraba no merecía la pena conservar a tan alto precio, el ya emperador Carlos V decidió abandonarla a su suerte, siendo recogida sin oposición por Enrique II de Albret, su legítimo soberano. Y en lo sucesivo tanto él como sus descendientes continuaron llevando el título de reyes de Navarra. Y cuando en 1589, su nieto Enrique III de Navarra, hijo de Juana de Albret y Antonio de Borbón fue proclamado rey de Francia -París bien vale una misa, dicen que dijo-, llevó el título de Rey de Francia y de Navarra al igual que sus descendientes, Luis XIII, Luis XIV, Luis XV, Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X, hasta la extinción de la dinastía de Borbón en Francia en 1830.

En las tres tentativas de reconquista intervino, de forma definitiva, el rey Francisco I de Francia.
En la primera -1512- como Delfín de Francia, todavía, joven e inexperto militar, que permite, con su acción de retirarse a Mauleón, la fuga del ejército del duque de Alba que se hallaba perdido en San Juan de Pie de Puerto, pudiendo llegar a Pamplona antes que las fuerzas de Juan de Albret y La Palice que le llevaban una sustancial delantera.
En la segunda -1516- casi obligando a Juan de Albret a atacar, tras la muerte de Fernando el Católico, prometiéndole su apoyo para más tarde dejarle solo y no prestarle la ayuda prometida, ni en dinero ni en soldados.
Y en la tercera -1521-, volviendo a involucrar al nuevo rey de Navarra, Enrique II de Albret, al ver que Castilla -metida en plena revuelta de los Comuneros- se sublevaba contra Carlos V, su eterno enemigo y no prestarle la ayuda prometida hasta después de la derrota de los Comuneros en Villalar, cuando su enemigo se había hecho fuerte y contaba con el apoyo de toda Castilla. Y más grave todavía, al ordenar a Asparrós que, una vez el Reyno de Navarra liberado, no se detuviera en la frontera consolidando la victoria y atacase Logroño, lo cual dio a ver la realidad al conjunto de España, que no era una guerra de liberación del Reyno de Navarra sino una invasión contra los reinos de Carlos V.
            La dinastía de Albret intentó en vano reconquistar el reino en los despachos, por medio de tratados, hasta que Enrique III de Navarra se convirtió en Enrique IV de Borbón y en rey de Francia en 1589. Y una vez asentado en su nuevo trono se olvidó de su Viejo Reyno y de sus pasadas reivindicaciones.
Más tarde fue su hijo, Luis XIII de Borbón, quien realizó, en 1620, la incorporación definitiva a la corona francesa de sus estados patrimoniales todavía soberanos, tanto el vizcondado del Bearne como la Baja Navarra, aunque esta continuase, teóricamente, manteniendo su estatus de reino hasta la Revolución Francesa de 1789.
            Por su parte la Alta Navarra, la nuestra, la existente en la vertiente sur de los Pirineos, mantuvo su “estatus” de reino hasta el final de la primera guerra carlista -1833-1840-, cuando el reino de Navarra se convirtió en una provincia española mediante la firma de la Ley Paccionada del 16 de agosto de 1841.

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