viernes, 12 de agosto de 2011

Segunda tentativa de reconquista del Reyno de Navarra. Marzo de 1516.

      Este es el tercer artículo sobre la conquista del Reyno de Navarra, publicados conjuntamente en este mismo blog.


      1) La conquista del Reyno de Navarra.
           Julio-agosto de 1512.
      2) Primera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Septiembre-diciembre de 1512.
      3) Segunda tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Marzo de 1516.
      4) Tercera tentativa de reconquista del Reyno de Navarra.
           Mayo-junio de 1521.


SEGUNDA TENTATIVA DE RECONQUISTA DEL REYNO DE NAVARRA.

MARZO DE 1516.

Muerte de Fernando el Católico

El día 23 de febrero de 1516 muere en Madrigalejo -Badajoz- el rey Fernando II de Aragón, V de Castilla, aunque nunca fue coronado y I de Navarra por el simple derecho de conquista, apoyado en la fuerza de las armas y justificado en una bula, Exigit Consumatium, publicada el 18 de febrero del año 1513, o sea siete meses después de la invasión y dos de la fallida tentativa de Juan de Albret -septiembre-diciembre de 1512- para reconquistar su reino, una bula que por lo que parece ser, nunca salió del Vaticano.

Hoy todos los derechos están en la lanza.
Y toda la culpa es de los vencidos.

escribía el poeta Juan de Mena.
            En su último testamento, redactado en la víspera de su muerte, deja heredera del Reyno de Navarra a su hija Juana -Juana I de Castilla, La Loca, a quien mantiene encerrada en su prisión de Tordesillas- y a Carlos de Austria, duque de Borgoña y primogénito de esta desgraciada reina quien, como muy bien decía en sus momentos de lucidez, fue víctima de los tres hombres a los que más amó en su vida, su padre, su esposo, Felipe el Hermoso, y su propio hijo, el futuro emperador Carlos V, quien continuará manteniéndola prisionera en el mismo lugar hasta su muerte en 1555, sólo tres años antes de que él muriera en su retiro del Monasterio de Yuste en 1558.
            Así es como reza el testamento de Fernando el Católico:

“Y hacemos heredera nuestra a la dicha serenísima reina doña Juana, nuestra muy cara y muy amada hija y al dicho ilustrísimo príncipe don Carlos, nuestro nieto y a sus herederos y sucesores legítimos, del nuestro reino de Navarra. El cual reino por la notoria cisma conspirada contra la persona del Sumo Pontífice y Sede Apostólica y contra el patrimonio de aquellos, que fueron declarados cismáticos por nuestro Santo Padre Julio, lo hubimos de conquistar y nos fue adjudicado y dado el derecho de aquel.

            Por su parte, el rey Juan de Albret se creía apoyado por Francisco I de Francia ya que, a la muerte del Rey Católico, le anima a la acción como refleja en esta carta manuscrita: “Primo mío, han llegado la hora y el tiempo en los cuales es necesario que hagáis extrema diligencia para recobrar vuestro reino y por mi parte quiero ayudaros todo lo que pueda. Con este motivo escribo ahora al señor de Esparrots, mi lugarteniente en la Guyena, que marche a vuestro lado para prestar tanto con su persona, como con el poder que yo tengo por allá, todo el poder y la ayuda que le sean posibles”.

Comienza la acción sin fuerzas suficientes.

El ejército que consiguió juntar Juan de Albret era infinitamente inferior al reunido en la fallida campaña de 1512, ya que sólo contaba con un número escaso de mercenarios reclutados entre sus estados bearneses y la Gascuña, así como entre sus propios súbditos exiliados, vasco franceses y sus fieles agramonteses. Por otra parte, Francisco I, enredado en sus guerras en Italia y no queriendo indisponerse más de lo que estaba con el futuro Carlos V, que amenazaba con invadir el Milanesado con un potente ejército, no le envió ni uno solo de los refuerzos prometidos, limitándose a darle el siguiente consejo en otro escrito fechado el 12 de febrero del mismo año: “Por vuestra parte daos prisa, más haréis ahora con 200 lanzas y 4.000 infantes que de aquí a seis semanas con el cuádruplo de esas fuerzas”.
            Sin embargo en los cuatro años de dominación castellana y tras los excesos del coronel Villalba, el ánimo de los navarros había cambiado sustancialmente y enterados de que su rey legítimo estaba dispuesto a recobrar su reino, se le esperaba en la mayoría de los pueblos y ciudades con un entusiasmo enorme, mostrándose dispuestos sus antiguos súbditos a realizar los más altos sacrificios para alcanzar el triunfo final.
            Los primeros en manifestarse fueron los habitantes de Mixa y Ostabarets, en la Baja Navarra, mientras en el otro lado, en la Alta Navarra, la Navarra del sur de los Pirineos, en Tudela, Estella, Pamplona y el fidelísimo valle del Roncal hervía la esperanza. Hasta los más implacables enemigos, los Peralta y el conde de Lerín parecían haberse puesto de acuerdo para apoyar la causa de su rey legítimo. El conde de Lerín, Luis de Beaumont -beamonteses-, enfadado con el Rey Católico por haberle privado del marquesado de Huéscar para entregárselo al duque de Alba en agradecimiento al papel realizado en la conquista del Viejo Reyno y la casa de los Peralta -agramonteses-, con el mariscal don Pedro -Pierres II de Peralta- a la cabeza, que continuaba fiel a la dinastía legítima.
Y el 16 de Marzo, Juan de Albret da comienzo a la ofensiva poniendo cerco a la fortaleza de San Juan de Pie de Puerto, en tanto el mariscal don Pedro, al mando de 1.200 hombres, acompañado por su hijo el marqués de Falces, Antonio de Peralta, el vizconde de Ezpeleta, Jaime Velaz, el tenaz defensor de Estella y los principales caudillos agramonteses, los señores de Jaso, Goñi, San Martín, Olloqui y Vergara tratan de adueñarse del valle del Roncal para reunirse con el rey, una vez que hubiera tomado la capital de la Baja Navarra, en Roncesvalles y desde allí marchar juntos a Pamplona.
Pero el plan falla al ser sorprendidos en aquel valle por fuerzas muy superiores mandadas por el coronel Villalba, que no tardó no sólo en derrotarlos, sino también en hacerlos prisioneros.
            Enterado Juan de Albret del desastre, no tiene otra opción que la de levantar el sitio de San Juan de Pie de Puerto y a uña de caballo tratar de ganar sus posesiones del vizcondado del Bearne, hasta cuyas fronteras fue perseguido por el vencedor Villalba. Esta acción, la última intentona del rey destronado, quien moriría al poco tiempo -17 de junio de 1516- tras una azarosa vida, cuando contaba con cuarenta y ocho años de edad, sólo había durado algo más de una semana, es decir, del 16 al 23 de marzo de 1516.

Los prisioneros de Atienza.
                      
Los prisioneros de la batalla del Roncal fueron llevados al castillo de Atienza, en el corazón de Castilla, donde los cargaron de cadenas y tras muchas coacciones y suplicios, forzados a renegar de su rey y jurar fidelidad al archiduque don Carlos, especialmente al mariscal don Pedro, que se negó de forma tan rotunda que de Atienza fue trasladado a Simancas como lugar más seguro, donde fue mantenido prisionero hasta que en el año 1522, justamente recién terminada la tercera tentativa de reconquista, apareció, una mañana, acuchillado en su celda.
            La versión oficial de su muerte fue el suicidio.
            El resto de los rehenes ya habían sido liberados cuando se produjo esta tercera tentativa de reconquista y tuvieron la oportunidad de formar parte en ella y de pelear en defensa de su patria.

Destrucción de castillos y fortalezas navarras

            El regente de Castilla, el cardenal Ximénez de Cisneros pareció haber aprendido la lección y decidió no dar una nueva oportunidad de rebelión a un pueblo tan levantisco como el navarro.
            Ayudado hasta el más mínimo detalle por el coronel Villalba, el azote del pueblo navarro, con cuyo nombre las madres asustaban a sus hijos pequeños, tomó la decisión de desmantelar todas las fortalezas del conquistado país, excepto las de San Juan de Pie de Puerto, Peña, Amayur y Pamplona que, al contrario, y de cara a una posible invasión de la parte de Francia, la fortificó, construyendo  nuevos fosos, arreglando las murallas y levantando un nuevo castillo -en el lugar en el que hoy se encuentra el Palacio de Navarra-, donde más tarde caería herido Ignacio de Loyola.
            Las primeras en ser demolidas fueron las agramontesas de Tudela, Olite y Tafalla, a las que siguieron las beamontesas de Mendigorría, Larraga, Lumbier y Lerín, y a continuación el resto de las ancestrales fortalezas del Viejo Reyno.
            Todas menos una, el solar patrimonial de la familia de los Peraltas, los mariscales del reino, el castillo de Marcilla ante el que, y debido a la firmeza de la esposa del marqués de Falces, doña Ana de Velasco, que ordenó bajar los puentes levadizos y cerrar todas las puertas cuando ante ella se presentaron las tropas castellanas encargadas de su  demolición, asegurando que sólo lo entregaría ante una orden directa del rey.
            Y no contento con las fortalezas, el cardenal Cisneros ordenó desmantelar, de igual forma, todo aquello que semejaba una almena o atalaya en iglesias, torres y casas fuertes que salpicaban todo el territorio, dejando, tras el paso de los encargados de llevar a cabo las demoliciones una Navarra desconocida hasta para sus propios y desesperados habitantes.
            El coronel Villalba no tardó en morir. Tras un banquete en su domicilio de Estella, falleció repentinamente en su propio lecho, en el regazo de su esposa. Un hecho que el pueblo navarro no dudó en atribuir, sin dudarlo un solo instante, a un más que justo castigo de Dios por la forma como ejerció la represión tras la conquista del Viejo Reyno.          

Y muerto sin confesión
ni halló en la Iglesia consuelo
ni de los hombres perdón.
Si fue milagro no sé,
pero de su gloria el brillo
en Marcilla hollado fue:
Juró arrasar el castillo
y el castillo sigue en pie.
Cantaban con singular alborozo los desdichados patriotas navarros al conocer la noticia de la muerte de su verdugo.
            Una vez terminada la guerra, el 10 de julio de 1516, Carlos V, que se convertiría en Carlos IV de Navarra, ante una comisión enviada por las Cortes de Navarra a su palacio de Bruselas, juró respetar los Fueros tal como hacían los antiguos reyes el día de su coronación, dando garantías de que, en lo sucesivo, el Reyno de Navarra, a pesar de haber sido incorporado a la corona de Castilla, sería gobernado como un reino independiente y autónomo, haciendo, en el mismo acto, la promesa de ir a Pamplona en cuanto sus asuntos en Europa se lo permitieran, con el fin de ratificar el juramento hecho en Bruselas y ser ungido y coronado según el tradicional ceremonial de los antiguos reyes.
Promesa que nunca cumplió.
  


No hay comentarios:

Publicar un comentario